martes, 20 de diciembre de 2016

Mi particular estrella de Belén

   El final de un año es el marcador más simple que usamos para medir nuestro paso por la experiencia de la vida, los años se acumulan y con su paso ésta se nutre de experiencias que nos regalan otra herramienta importante para nuestra caja personal que es la experiencia en primera persona, el paso de los hechos de nuestra vida filtrados por nuestra maquinaria, marcan lo que somos, la vivencia directa es fundamental, pero muchas veces no alcanzamos a dimensionar en su justa medida al vivirlo. Cuando son hechos ocurridos en la mágica fase de la infancia nos falta información, no tenemos lo suficiente para contrastar y analizar pero la imagen de algunos de ellos queda fundida en el alma, su marca es indeleble y permanecerá en nosotros siempre, sólo al recordarlo y reflexionarlo toma su verdadero poder, resurgen de nuestro almacén mental y desde algún tiempo tiendo a pensar que existe una razón, una causa por la que olvidamos o mantenemos los recuerdos, este hecho ya es misterio en sí, pero la historia hoy viene una vez más de algo vivido en los primeros diez años de la vida del que ahora les cuenta, esta vivencia en especial creo fue causa, hecho que transformó mi forma de percibir el mundo y que me regaló una de la preguntas eternas en mi camino, hoy mi hipótesis respecto a lo que ocurrió es totalmente distinta pero lo vivido sembró raíz en el alma de este buscador, que a los siete años tuvo su primer encuentro con lo que está más allá de lo físico, con ese mundo paralelo que sin duda existe y acompaña a los humanos desde siempre, el nombre varía, depende del observador, este buscador lo interpretó en primer momento con lo lógico en el contexto del momento vivido, pero sobre todo, con la información contenida en lo que llamaremos el “disco duro” mental hasta ese momento, después mi mente surcó por una respuesta más extraña, algo que disparo mis sentidos a otros mundos literalmente, la posible presencia de seres de otro mundo, uno de mis misterios consentidos, quizá por ser el que me atrapó inicialmente, pero hay mucho más…
   Pero subamos a la máquina del tiempo, regresemos a los años setentas donde las cosas eran diferentes, no sólo porque aquel Distrito Federal, capital de la República Mexicana ya no existe, ahora es la CDMX, sino porque quien les escribe era un chaval de siete años y su preocupación en aquel diciembre del año 1977 era únicamente la llegada del “Niño Dios” y no exactamente por la celebración de la Navidad en sí, sino porque esperaba ansiosamente los regalos que traía con su llegada, siempre me pareció raro que el “festejado” trajera regalos pero su excentricidad no la cuestionaría, era la tradición llevada en casa y debo decir que aquella historia ya me mostraba lados débiles, tenía dudas, pero los regalos eran los regalos y mi emoción estaba a tope, el tiempo me mostraba sus paradojas, aquel 24 de diciembre me pareció que pasaba lento, muy lento. Las horas parecían durar el triple, miraba mi reloj y la hora parecía detenida, mi urgencia de que terminara el día para despertar, correr a la sala y tomar del árbol navideño mis juguetes lo sentía aún muy lejano.
 Pero todo inicia y termina, aquel eterno día llegó a su fin y con él la emoción le dio un buen puntapié a la espera y al aburrimiento que me tenían secuestrado, mientras la luz se marchaba los latidos de mi corazón aumentaban su ritmo, la larga espera de un año terminaba, ¿encontraría lo solicitado en mi carta al Niño Dios? mis peticiones siempre fueron especiales e inusuales, ¡pero qué pregunta!, era un dios y podía hacerlo. Poco después llegó la orden de mi madre para irnos a dormir, creo que era el único día del año que mi hermano y yo no oponíamos resistencia al toque de queda, quedaba menos tiempo de espera y me daba mis mañas para quebrar aquella orden, -siempre lo he hecho- debajo de mi cama tenía una lámpara de mano que encendía para leer debajo de las cobijas, así le ganaba horas al tiempo de dormir, la lectura me empezaba a causar adicción. Las horas pasaban, no tengo claro cuánto tiempo había transcurrido pero la calma imperaba y el silencio sólo se rompía cuando daba vuelta a la hoja del libro que me tenía atrapado, me había olvidado del consejo de mi madre que nos decía que si no estábamos dormidos cuando El Niño Dios pasara por la casa seguiría de largo y no tendríamos regalos a la mañana siguiente, lo decía con esa seguridad que sólo una madre puede ostentar, la advertencia quedaba ahí y nunca tuve intención de retar a alguien con esa seguridad al hablar, lo cierto es que aquella lectura me tenía atrapado, hasta que algo me sacó de mi trance, una intensa luz, -sólo imaginen estar debajo de las cobijas-  lo primero que pensé fue que había sido pillado por un operativo de vigilancia sorpresa de mi madre, pero aquella luz era distinta, era lo suficientemente intensa para percibirla debajo de mis cobijas, aparte no vino acompañada de ningún sonido, si hubiera sido mi madre no estaría ese silencio, tendría que decirme algo y el regaño no llegó, espere un momento, quizá buscaba sorprenderme pero poco a poco el sorprendido era yo. Todos los sonidos se esfumaron, sentí una extraña sensación que en aquel momento no podría definir, sorpresa, miedo, ¿pero a qué? 
   La sensación era muy rara, pensé rápidamente, quizá una broma pero los segundos seguían corriendo y no llegaban las risas y el desenlace, no me quedaba más que destaparme y enfrentar lo que fuera, mi corazón latía más aprisa, aspiré y sin más me destapé, sin quererlo cerré los ojos…
 Lo que encontré al abrirlos no podía imaginarlo ni en mis más alucinantes sueños, tardé unos instantes en reaccionar, la palabra más cercana a lo que sentía era sorpresa absoluta. Cuando algo irrumpe en tu realidad, algo que se supone no existe, ocurre en nuestro interior un ajuste irreversible, algo explota y hace que jamás volvamos a ver este mundo con los mismos ojos, eso fue exacto lo que sentí al ver mi habitación iluminada como si fuera día, la luz provenía de mi ventana, una luz descendía lentamente, tan grande como la ventana misma, -unos dos metros y cincuenta centímetros aproximadamente-  y se detuvo ahí en mi ventana, en un cuarto piso, en una céntrica colonia de una de las ciudades más grandes del mundo…
   A partir de ese momento la concepción del tiempo sufría un desfase, no tengo claro cuánto tiempo me quedé mirando la luz, lo que recuerdo como si lo viviera de nuevo, fue la explicación que le di a “aquello” suspendido frente a mi ventana, ¡El Niño Dios había llegado! en segundos vi el rostro de mi madre diciéndome ¡te lo dije! La sorpresa quedó ahí atropellada por la angustiosa sensación de haber cometido una infracción grave que tendría castigo, ¡mis juguetes se despedían por mi necedad! en un inocente reflejo tratando de componer aquel lío sólo se me ocurrió cubrirme con mis cobijas a la velocidad del rayo, quizá El Niño Dios estuviera mirando a otro lado y no alcanzara a observar mi osadía.
   Por si esto no les parece mucho lo más extraño fue que no tengo recuerdo alguno de los instantes posteriores a mi gran escape, el siguiente recuerdo que tengo es el verme sentado en la alfombra de la sala, a lado de un hermoso árbol natural que fuimos a cortar al bosque de los árboles de navidad como hacíamos cada año, leyendo absorto el libro que El Niño Dios me trajo esa inolvidable noche, “Un mundo nos vigila” de Pedro Ferriz, por el que mi padre vestido de incógnito, magia maravillosa con que nuestros padres embellecen nuestra infancia, sufrió lo indecible para conseguirlo en una noche en que las bicicletas, las pelotas y demás juguetes son lo más buscado, no contaba con que los lunáticos requerimos de cosas diferentes.
   Preguntas posteriores, ¡todas! Las hipótesis de trabajo han aumentado con el paso de los años haciendo más grande la búsqueda, la posibilidad de una abducción, tema recurrente en la casuística ovni, los tiempos perdidos son el regalo con que quedan miles de testigos que han pasado por eventos de este tipo, la posibilidad de alguna reacción neuronal que causa situaciones extraordinarias y que las neurociencias buscan “entender” lo que ocurre en nuestro cerebro, uno de los misterios más grandes a los que podemos enfrentarnos, en ese lapso entre los siete y diez años ocurre lo que se conoce como poda sináptica, provocando cambios en la forma en que se conduce la información en el cerebro infantil y es un parteaguas entre la infancia y las siguientes etapas, lo real es que los solsticios y equinoccios son marcadores que esta humanidad de la mano de sus creencias, mitos y religiones se han empeñado en “celebrar” vestidos de las más variadas formas, pero las creencias caen “coincidentemente” en estos marcadores, fechas en que ocurre una mágica mezcla entre lo físico y lo que está del otro lado, el efecto sociológico, causante del germen del cambio, la inobjetable realidad del antes y después de estos hechos en el observador modificando su manera de ver, percibir y entender su realidad.
   Las preguntas se acumulan dejando a su paso un universo por descubrir, cada día llegan a nosotros nuevos datos, estudios y en algunos casos pruebas de hechos imposibles confirmando su realidad y muchas veces su mala interpretación, pero lo más importante es que cuando lo mágico nos guiña un ojo y nos muestra una chispa de lo que ocurre quizá a un gran puñado de lunáticos transformándolos, eso es absolutamente real, tanto como el dispositivo en que aterrizó mi vivencia y mi locura, la magia existe y es más grande que lo que cualquier historia mítica puede expresar, su poder es hacernos mirar a través de la maravillosa ventana que sólo se puede mirar si se abre nuestra mente y alma, mensaje poderoso en esta realidad miope y acelerada, estamos a unos días de nuestro paso por uno de estos marcadores, uno de los más importantes y deseo que la magia les toque de cerca y se unan a los lunáticos eternos en la travesía de la búsqueda, que así sea y mis mejores deseos vuelen por el universo de la red y lleguen a donde se encuentren.
   

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