En una mañana gris de
esas que invitan a mantenernos resguardados en ese lugar que sentimos nuestro
refugio, nuestra base donde poder recargar el cuerpo pero sobre todo el alma,
la vida me da sensaciones y vivencias que dejan su marca en la piel, muchas
veces la huella queda porque duele, quizá porque el diseño de este migrante
alienígena que soy no encaja en este mundo de lo real y lo físico, estoy cada instante más
perceptivo a lo intangible, a esas pequeñas grandes cosas del universo de lo
invisible, esas que nos recuerdan nuestra dualidad y que nos hacen pasajeros
peculiares de esto que llamamos realidad y también, -muchas veces de la mano del dolor;- son aquellas que reavivan
nuestra aletargada capacidad de sentir, de ver y percibir la vida como debiera
ser siempre, atentos a lo pequeño, a lo imperceptible y que con el apresurado
paso que nos vemos forzados a llevar, nos hace miopes, dejando de lado mil
veces cosas importantes, el dolor nos regresa la memoria, nos resetea nuestra
capacidad de sentir para volver a ser lo que somos de verdad y olvidamos
fácilmente, seres humanos.
Creo que la prisa es ese extraño y en
apariencia insignificante virus que como si de una gripe se tratara no le damos
la importancia debida, entra discreta y silente en nuestro sistema para
tomarlo poco a poco. En principio no somos capaces de percibirlo correctamente
y ahí está el peligro, este virus es
en realidad un maléfico caballo de Troya que termina por mutarnos, por
convertirnos con el tiempo en lo que defino como “los durmientes” seres en
apariencia normales pero que tienen una gran diferencia, han perdido su
capacidad “dual” eso los hace que perciban la realidad a la mitad, donde sólo
lo palpable, lo que se puede contar y tocar es real, reduciéndose a seres unidimensionales, dejando en el camino miles de cosas que esta máquina maravillosa que somos es
capaz de percibir, las otras realidades que sin duda están ahí.
Cuando nos topamos con una de esas pequeñas
grandes cosas, como las que tienen que ver con la muerte, la dolorosamente
palpable y real, no la que podemos ver con extraña frecuencia a través de los medios masivos que se
empeñan en inundarnos de ella provocando maliciosamente nos sea tan común
y lejana, que nos hace olvidar su importancia y trascendencia en nuestra vida.
Esto nos impide reflexionar tantas cosas, esas que de verdad importan y que
definen nuestra percepción de la realidad, como que esta es finita, que es
impredecible y que el día menos pensado esa muerte intangible se nos pondrá al
frente sin importar lo mucho que evitamos pensarla, quizá con la falsa ilusión
de alejarnos de su camino, de pasar desapercibidos para ella, pero cuando al fin la
tenemos lo suficientemente cerca entendemos que eludirla es causa perdida.
Entender, pero sobre todo sentir provoca que nos preguntemos qué es lo que quedará de nuestro paso por
esta realidad, no me refiero a lo que usualmente se piensa como legado que
tiene que ver más con lo físico y palpable, me refiero a nuestra forma de
sentir e interpretar la vida, eso es algo único e irrepetible como lo somos todos y cada uno de
nosotros, portadores de esa capacidad, pero existe "algo" o "alguien" que pretende que lo olvidemos, prefieren vernos sumergiéndonos en las generalidades, en las opiniones grupales, en las tendencias
que en la actualidad son meticulosamente cuantificadas y sirven para que seamos seleccionados,
divididos y calificados. Pareciera que estar oculto entre esas tendencias de
pensamiento es lo que interesa, aunque es inevitable que existan coincidencias
en la forma en que vemos y sentimos el mundo, nuestra forma es única y exclusiva, es
intransferible; es ese mágico fenómeno alquímico que sólo se logra cuando
pasamos nuestra experiencia física a través del filtro de nuestra consciencia,
la manera que vemos y sentimos el mundo, lo que sabemos, cómo crecimos, en qué
creemos se funden haciendo que nuestro pensamiento se convierta en una pieza
única, algo irrepetible que logra que lo más simple se convierta en algo
especial y que lleva nuestra huella indeleble.
Es por esto que el acto de pensar se
convierte en magia, somos aprendices de hechiceros en un arte antiguo que nos acompaña desde tiempos lejanos, los ingredientes son tan básicos y
simples que pasan desapercibidos y hasta son despreciados. Como lo es escribir,
plasmar lo que pasa por nuestra mente a palabras escritas, con ese paso de alguna forma les hace
tomar otra tonalidad, muchas veces hasta para nosotros mismos, en más de una ocasión he
escuchado a creadores que llegan a sentirse instrumentos de algo más, algo
externo a su mente y voluntad, una extraña magia está ahí sorprendiendo a su
creador.
Mi pretensión es simple, expresar lo que
pasa por la factoría de mi mente y alma a través de las palabras y soltarlo al
universo misterioso e infinito de la red, como lo hicieran en los años setenta científicos que mandaron un mensaje
donde describían lo que éramos en ese momento como especie, -su percepción de ello, ¡la magia de nuevo nos hace un guiño!- lo enviaron vestido de señal a una estrella lejana que consideraron
idónea esperando una respuesta. De igual manera servidor espera una respuesta
en el universo, quizá encontrar a alguien más que piense de la misma
forma, que lo sienta de manera similar y así una vibración comenzará y provocará
una reacción, explorar la sensación de saber que alguien en algún lugar ve el
mundo y lo que ocurre en el de la misma forma que uno lo ve.
El lanzamiento inicia y la ilusión por la
posible respuesta hace vibrar el alma mientras seguimos la cuenta regresiva,
9,8,7,6,5,4… ¿mi mente encontrará respuesta? 3,2,1… despegamos, mensaje
lanzado, el futuro inmediato aderezado con una nueva incógnita, una bella
incógnita… ¿habrá respuesta?
Hermoso....
ResponderBorrarMuy bueno.
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